Morir en occidente…. A propósito de Philippe Ariès

Morir en occidente, Continuo Educación. Juliana Jaramillo

     Para nosotros, los que hemos creído en esta organización que se llama continuo Educación, es un agrado presentar por primera vez la publicación periódica llamada Magazine: Reflexiones educativas acerca de la muerte y el morir; en esta publicación, presentaremos temas relacionados con nuestros objetivos, que se orientan hacia la educación y la pedagogía de la muerte, como enfoque preventivo y paliativo, antes de que sucedan las pérdidas y cuando estas ya han ocurrido.

     En el magazine vamos a leer las voces de aquellos pensadores, académicos, poetas, artistas, personal de salud, y todos los que en algún momento de su vida han reflexionado acerca de la muerte y el morir y su relación con el proceso educativo, por lo tanto, presentaremos interesantes reflexiones de muchos autores, quienes desde diferentes ángulos han logrado articular la muerte y la educación.

      Para comenzar este año 2023, y como lanzamiento a nuestro público, quienes nos han seguido meses atrás y para quienes queremos que nos empiecen a seguir; como directora y fundadora de continuo educación, voy a discurrir sobre un texto que muestra históricamente la comprensión de la muerte y el morir; de la mano de uno de los mejores historiadores:  Philippe Ariès (2008).  El texto se titula:  Morir en Occidente, desde la Edad Media hasta nuestros días.

     Apostar por una mirada histórica, para empezar con el primer artículo del magazine, nos lleva a comprender por qué en la actualidad, la muerte se concibe como un evento traumático, fóbico, evitable a toda costa y del que no se debería hablar (la innombrable). Desde estas actitudes, entendemos que el tema no sea abordado y sea fuertemente cuestionado, en las ciencias de la educación, y lo que es peor aún, en la formación de los docentes, quienes deberían empezar a instalar un debate riguroso y abierto en las aulas acerca de las posibilidades formativas del tema de la muerte y el morir.

     El autor presenta cuatro conferencias en su texto:  La primera se llama, La muerte domesticada; la segunda, La muerte propia; y en las dos últimas conferencias, se dedica a analizar las actitudes contemporáneas: el culto a los cementerios y tumbas, y nos relata cómo se censura la muerte en las sociedades industriales, las presenta con el nombre de La muerte del otro y La muerte prohibida.

     Para este artículo, voy a presentar las ideas fuerza, de las tercera y cuarta conferencia, lo que Ariès denomina actitudes contemporáneas.  En la tercera conferencia, el autor centra su interés en la muerte del otro. Desde el siglo XVIII, en occidente, se le da un sentido nuevo a la muerte: es exaltada, dramatizada, se muestra como impresionante y acaparadora, el hombre no está tan preocupado por su propia muerte, sino por la muerte del otro; el otro cuyo recuerdo propicia la inspiración en los siglos XIX y XX hacia el nuevo culto a los cementerios y tumbas.

     En el siglo XIX no observamos solemnidad en el lecho de muerte como en siglos anteriores, los asistentes gritan, lloran, rezan, expresan su dolor como consecuencia de una nueva intolerancia hacia la separación. Este siglo marca una época en los duelos que los psicólogos pueden considerar como histéricos y que muchas veces desbordan en locura. Esta exageración del duelo demuestra relevantes significados: para los sobrevivientes hay una evidente dificultad para aceptar la muerte del otro. La muerte temida no es la muerte propia, sino la de los demás, “la muerte tuya” (Ariès, 2008:62).

     En la segunda mitad del siglo XVIII se presentan más cambios: los muertos no se admiten en las iglesias o en sus predios, por fuertes críticas desde la salud pública, los osarios exhibidos se consideraron permanente violación a la dignidad del muerto, hecho que propició que el sitio donde quedó enterrado el difunto pasase a ser propiedad de él y de su familia, la concesión de sepulturas como forma de propiedad privada. El recuerdo del muerto le confiere una serie de inmortalidad, la visita al cementerio es una forma de ritual, un acto religioso por excelencia. A partir de los siglos XIX y XX, las tumbas se cubren con flores y se evoca el recuerdo del fallecido. Para el siglo XIX, los muertos son tan importantes como los vivos.

     En la cuarta conferencia: La muerte prohibida, el autor destaca que, desde la Alta Edad Media, hasta mediados del siglo XIX, la actitud ante la muerte cambia drásticamente, hace un tercio de siglo, apreciamos una profunda revolución de las actitudes y sentimientos: “La muerte de antaño tan presente y familiar, tiende a ocultarse y desaparecer. Se vuelve vergonzosa y un objeto de censura” (2008:72).

     Al moribundo se le rodea con actitudes de protección, ocultándole la verdad:  La verdad es objeto de controversias, la mentira se expresa como el deseo de proteger al enfermo, pero ese deseo de protección cambia en la modernidad, por un sentimiento diferente que tiene como objetivo evitar, ya no al moribundo, sino a la sociedad, el malestar y las emociones que se asocian a la agonía y a la muerte, en contra de las ideas de la felicidad de vivir: la vida debe ser siempre feliz.

     En los años 1930 y 1950 hay una gran evolución:  la muerte se desplaza, ya no se muere en la casa (con parientes o amigos) se muere en un hospital y en completa soledad. El hospital, en la modernidad, es el único lugar donde se pueden brindar los cuidados que no se pueden ofrecer en casa. La muerte en el hospital no es una ceremonia que el mismo moribundo precede en compañía de sus familiares y amigos, es una decisión técnica, que se hace de manera intencionada, por decisión del médico o del equipo hospitalario y, en la mayoría de los casos, el moribundo ya ha perdido la conciencia.

     A esto se ha reducido la muerte: ritos funerarios, donde se desaparece el cuerpo, para que la sociedad, vecinos, amigos y niños perciban en mínima proporción que la muerte ha pasado. Las ceremonias son discretas y deben evitarse al máximo las expresiones emocionales, las manifestaciones del duelo son rechazadas, tiende a desparecer la ropa de luto y tampoco se debe adoptar una apariencia diferente al común de los demás días.

     Una expresión de dolor inspira repugnancia, se aprecia como desarreglo mental o mala educación: es algo mórbido. En el círculo familiar hay temor a expresar emociones como el dolor por el miedo a afectar a los niños. No hay derecho a llorar, solo se puede hacer cuando nadie vea o escuche. El duelo como acto de soledad y de silencio es el recurso principal que tiene el doliente en nuestra sociedad actual.

Referencias Bibliográficas

Aries, P. (2008). Morir en occidente. Desde la edad media hasta nuestros días. Buenos Aires, Argentina: Adriana Hidalgo Editora.

Jaramillo, J. (2017). Educación para la muerte: imaginarios sociales del docente y del estudiante universitario en Colombia (Tesis doctoral). Universidad Autónoma de Madrid, Madrid.

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