Antes de adentrarme en el interesante y poco explorado tema de la educación para la muerte (por lo menos en Latinoamérica), me preguntaba, con gran preocupación, porqué en las prácticas educativas, las de aprendizaje, las de enseñanza y las de evaluación, nuestro sistema educativo pone un especial énfasis en seguir educando en las mal llamadas: “certezas”; desde la educación infantil hasta la educación universitaria, no se asoma un resquicio de educar para la duda, para la incertidumbre, para lo imprevisible, como si todo en la vida lo pudiéramos planear, prever, tener un guión inalterable, que por supuesto cuando se altera, entramos en el más espantoso caos, porque no se nos cumple lo planeado con rigurosidad.
En estas cortas líneas voy a argumentar, lo perjudicial e infructuoso que resulta seguir “educando” en la certibumbre, para esto voy a referir algunos de los argumentos que cita uno de mis autores preferidos, Joan-Carles Mélich en su texto titulado: la sabiduría de lo incierto (2019).
Mélich nos expresa que si hablamos de formación, transformación o deformación tenemos que remitirnos a la incertidumbre, porque el acto de formar es sin duda un acto “incierto”, la formación jamás puede considerarse acabada, terminada, y menos podemos programar o articularla de manera caprichosa a una planificación, palabra que aún sigue obsesionando al sistema educativo, donde no se permite un ápice de azar. El sistema educativo sigue montado sobre unas rutas poco probables de vida para un ser humano mortal y finito, donde no se deja un lugar para lo impredecible y lo que es peor, para enseñar a los estudiantes como enfrentarse a lo incierto.
Si hablamos de una verdadera formación, esta nunca puede poseer una finalidad ni un objetivo previo, porque en su misma esencia tenemos que considerarla, como “un modo de ser”, una real transformación, jamás puede ser calculada, ningunos de nosotros, los humanos, podemos tener bajo control todas las condiciones de nuestra existencia, y aquí es donde cobra un valor incalculable la palabra finitud.
Pero, ¿Qué significa esa finitud dentro de la educación?, considerarnos finitos es formarnos para una vida, que nunca podremos planificar con una obsesiva rigurosidad, ser finito (y esa es nuestra condición humana), significa poder existir en la incertidumbre, poder convivir con lo incierto, y esto es algo que seguiré extrañando dentro de las planificaciones curriculares y en las múltiples prácticas educativas en las cuales participé como estudiante. En mis años de escolaridad, nunca he vivenciado que, dentro de mi aprendizaje, se coloque como centro esa impredecibilidad, por el contrario, en las prácticas educativas de las cuales hice parte, siempre se destacó de manera explícita o implícita la certeza.
En esta reflexión, destaco la imperiosa necesidad que tenemos como sociedad, para cambiar estos paradigmas en lo educativo, es decir, necesitamos unas prácticas educativas que se muevan en lo incierto, en la fragilidad, en la imprevisibilidad y en la provisionalidad; en lo que nos caracteriza como seres humanos, seres cuya mortalidad impone una imposibilidad y una incapacidad para concebir la vida de una manera lineal.
Es necesario incluir en las planificaciones curriculares, y en las prácticas de aprendizaje y de enseñanza, categorías y estrategias para que los estudiantes reflexionen y propongan soluciones únicas, genuinas y auténticas, a las situaciones cambiantes que se les presenta a lo largo de la vida. Es necesario que desmitifiquen y resignifiquen las propuestas mágicas que nos han enseñado desde la educación para la certidumbre y la inmortalidad.
Sueño con ver un estudiante , que utilice de manera crítica y reflexiva los conocimientos, que siempre dude de las verdades que se le venden desde el sistema educativo y desde las estructuras sociales, que incluya en su vida cotidiana, la imposibilidad de planear y predecir el futuro (todo ello sin frustrarse), que aprecie y valore el presente, y reconozca con cautela las incertezas del mañana, y que, cuando construya sus pequeñas certezas , las utilice con cuidado, dudando de ellas, así éstas verdades sean un bálsamo para el dolor, la soledad y la infelicidad, que también nos caracterizan como humanos.
Ser finito y mortal no es una desgracia, algún día dejaremos de existir, llegamos a este mundo para construir una vida desde la imposibilidad de las certezas, esta nos debe llenar de riqueza, nos debe enseñar a no desfallecer cuando vemos que todo lo que creíamos como verdades, seguridad y certezas, se derrumban en un segundo, la vida de un ser mortal , es una vida que necesita ser cuidada y valorada, la podemos perder en un instante, por lo tanto debemos cuidarla, protegerla, no colocarla en riesgo y no desperdiciarla.
Referencias Bibliográficas
Mélich, J-C. (2019). La sabiduría de lo incierto. Lectura y condición humana. TusQuets Editores. S.A: Barcelona-España.